RJC - Modernos s.XII

Vuelta, 240(1996), pp.28-31.

"Nosotros, modernos del siglo XII"
Rafael Jiménez Cataño

Cuando en la universidad debo afrontar una exposición de la historia de la lógica, al llegar a la "lógica moderna" nunca falta una sonrisa inquietante en las caras de los oyentes, pues estamos en pleno siglo XII. Al principio me divertía con el matiz equívoco. Ahora me pregunto, habiendo visto reiterarse tanto esa reacción, qué tan grave será nuestra tendencia a identificar "moderno" con las últimas generaciones, si no es que con los últimos años. ¿Qué es entonces "moderno"? Sería desproporcionado intentar aquí una nueva definición. Sólo voy a espigar entre las connotaciones que el término evocó en otros tiempos, de lo que tal vez se podrá concluir que lo moderno, después de todo, no es tan moderno (1).

Aquí hay que distinguir dos cuestiones: la documentación del término "moderno" y el momento en que éste comenzó a indicar una identidad epocal. En ambos casos la datación es mucho más alta de lo que normalmente se tiende a pensar. El adjetivo modernus deriva del adverbio modo, 'ahora'. Es una lástima que el adjetivo castellano "hodierno" sea bastante inusual, a diferencia del "odierno" italiano, pues de lo contrario habría ayudado a abrir el oído al matiz adecuado: es moderno lo de ahora, como hodierno lo de hoy. Modernus está documentado al menos desde el siglo V, en algunas cartas del papa Gelasio I (pontífice en los años 492-496) y en Casiodoro (485-580). El sentido, sin embargo, es aquí puramente temporal, equivalente a 'actual', 'reciente', 'contemporáneo (nuestro)', 'coetáneo (nuestro)'. Si sólo se tratara de encontrar la palabra, podríamos señalar incluso "post modernum" en una carta del citado papa, sólo que él, lejos de adelantarse mil quinientos años a la "posmodernidad", simplemente se está refiriendo a un decretum de su tiempo: "después del reciente decreto..."

El significado de "moderno" tiene un núcleo común a todos los usos, incluido el actual, que consiste en una contraposición con respecto a lo que no es de ahora por ser ya pasado: ahora/antes, modo/ante, hogaño/antaño, moderno/antiguo. Piénsese en todos los términos a que da lugar el prefijo ante-: anterior, antiguo, antelación, anciano, ancestro... Hacia el siglo XII, la frontera entre lo moderno y lo antiguo depende de la amplitud que el autor atribuya al presente. Unas veces viene a coincidir con el deslinde antes/después de Cristo. Otras veces son modernos sólo los autores coetáneos o inmediatamente anteriores a quien escribe. Hacia 1185, Pedro de Capua responde así a una pregunta: "El Maestro Anselmo [c.1033-1109] y los antiguos dijeron que (...). En cambio el Maestro Pedro [Abelardo: 1079-1142] y casi todos los modernos dicen que (...)" (2). Pocos años más adelante, para Alberto Magno (c.1200-1280) y Tomás de Aquino (c.1225-1274) ya son antiqui autores como Guillermo de Auxerre (c.1140/50-1231), Prepositino de Cremona (c.1130/50-1210), Roberto Grosseteste (c.1168/75-1253) y Felipe el Canciller (m.1236).

Actualmente tendemos hacia dos extremos. O lo moderno es sumamente reciente o, en una consideración más técnica, se remonta hasta el siglo XVI. En el primer caso hay antigüedades bastante cercanas, como cuando se habla del "antiguo rector" de una universidad, aunque aún viva e incluso sea joven: basta que haya sido el rector y ya no lo sea. No obstante, fuera de algunas excepciones como ésta, tendemos a no llamar antiguo lo que sucedió hace pocas décadas, para lo cual echamos mano de denominaciones como "el siglo pasado", y lo mismo sucede con épocas menos próximas: "Renacimiento", etc. La antigüedad en sentido propio suele quedar más lejos.

Cuando se da al término un sentido técnico, cuando "moderno" resplandece por el ideal del saber autónomo --sapere aude!--, resulta aún más clara la falta de contigüidad entre lo moderno y lo antiguo. ¿Qué hay en medio? Una edad media. Una edad que, sin embargo, es precisamente la primera que tuvo conciencia de iniciar un tiempo diverso de todos los anteriores. Alessandro Ghisalberti caracteriza el renacimiento del s.XII como la "capacidad de los autores de ese siglo de proponerse como artífices de una tradición nueva con respecto a los clásicos y a sus comentadores antiguos" (3). Esto ya añade algo más a la mera oposición antes/ahora, de modo que esa edad que media entre la antigua y la moderna, al menos en su último período, parece asumir más el aspecto de una gestación que el de una pausa. Como nuestra vituperada Colonia, pero relativa a toda la civilización occidental.

Alfonso Reyes, hablando de Alberto Magno, manifiesta una sorpresa muy significativa. Dice que este autor "considera la tradición, el famoso 'argumento de autoridad', como la más flaca de todas las pruebas, ¡en plena Edad Media!" (4). La verdad es que, sin quitarle mérito a San Alberto, ese modo de concebir la autoridad era entonces el normal. La idea de que los pensadores medievales creían que los autores en que se apoyaban eran infalibles, o que después de ellos no quedaba nada que decir, es una simplificación de una realidad mucho más seria, sólo que para entenderla es necesario librarse primero de algunos lugares comunes.

¿Por qué este instintivo rechazo de la idea de que en una ciencia o en un arte se respete una "autoridad"? Quizá porque nos hemos acostumbrado a incluir la noción de poder en la de autoridad. Si, en lugar de aplicar a antiguos y medievales lo que entendemos nosotros por autoridad, partimos de la noción más neutral de autor y de ahí formamos el abstracto autoridad, tendremos ganado un primer paso. Luego hay que reconocer que, después de todo, no nos es ajena la idea de autoridad. También nosotros apelamos hoy en día a la opinión de hombres célebres, al saber de los científicos, a los artistas "consagrados". No nos avergonzamos de preferir a veces la postura de un economista reconocido, no del todo clara para nosotros, a una conjetura propia que sabemos débil por no ser expertos en la materia. De un modo u otro, siempre ha sido así. ¿Qué era Homero para Platón?

"Maestro de los que saben", llama Dante a Aristóteles en plena Edad Media. Llamar a alguien maestro no lleva consigo negar el saber a aquéllos respecto de quienes es maestro. Al contrario. Y es algo elementalísimo (¡valiente maestro aquél cuyos discípulos no saben!), pero a veces caemos en la trampa de oponer razón y autoridad como si en ésta última no hubiese razón en absoluto, cuando en realidad se trata de distinguir la razón mía y la razón de otro, que reconozco con la mía. Es la autoridad de la sabiduría, no del gobierno: es la reconocida sabiduría. En la antigüedad tardía, la tradición adquirió una fuerza particular por la conciencia que tenían los autores de estar trasmitiendo un patrimonio. Esta forma mentis fue heredada por los cristianos, que en sus escritos siguieron usando el género del comentario, el género que esa sensibilidad suscita, por su propia naturaleza, cuando se convierte en método.

Los programas de enseñanza de la antigüedad tardía grecorromana --pagana o no-- y de buena parte del medioevo parecen partir del presupuesto de que los auctores, diversos según la materia, habían dejado claros los principios de las diversas disciplinas, las habían subdividido de un modo razonable y habían desarrollado todos sus temas principales. Por eso, el modo más adecuado de dedicarse a una disciplina era el esfuerzo por alcanzar la mejor comprensión de los libros recibidos, explicar sus puntos oscuros y no contradecirlos sin necesidad. Puestos a decir lo contrario, siempre había un modo de hacer ver que, en el fondo, era ése el verdadero pensamiento del autor (5). Las ventajas de este método son patentes. Entre las desventajas descuella una: el índice de originalidad es mínimo. En lógica, por ejemplo, hay un vacío de creatividad que va del s.III a.C. (final del período de los megáricos y los estoicos) al s.XII. Existen tratados espléndidos, pero apenas si se ve aquí y allá alguna aportación. Es una depresión sólo comparable a la aridez de los siglos XV-XIX.

Es bien conocida la "llegada de Aristóteles" a Occidente en el siglo XII. La historiografía está dejando cada vez más claro que no se trataba de una ausencia física --pues sus obras estaban en Europa-- sino cultural: Aristóteles "apareció" cuando lo que decían sus obras empezó a ser inteligible (6). Hubo sobre todo un libro que actuó a la manera de los virus informáticos: los Analíticos posteriores. El método del comentario, aplicado a esta obra, produjo un cambio de método: se pasó del comentario del contenido al análisis de sus presupuestos y empezaron a aparecer tratados que no entraban en los esquemas hasta entonces vigentes. Muy pronto se habría de notar una madurez de pensamiento del que se tenía plena conciencia y que, sin embargo, no despreciaba lo que venía de la tradición: "Somos como enanos a hombros de gigantes y vemos más lejos que ellos", había dicho Bernardo de Chartres a principios de ese siglo (7).

La noción de autoridad, antes aplicada a toda disciplina, es sometida a un ajuste nada irrelevante. Conserva su valor (y lo incrementa) en teología, pero en todos los demás saberes no pasa de ser un dato que corrobora o da ideas. Una simple idea, por brillante que sea, no forma ciencia en mí mientras no haya reconstruido yo el proceso de su formación. En términos aristotélicos, quien no tiene el término medio no tiene ciencia sino opinión, es decir, no es ciencia la mera repetición de lo que dice el científico. Esto viene precisamente de los Analíticos posteriores, igual que la pregunta por el estatuto epistemológico de diversas disciplinas. Hasta ese momento las ciencias especulativas eran sólo tres: física, matemática y metafísica. Pero ¿no será ciencia también la gramática?, ¿y la lógica? Ambas eran artes liberales, según el legado de la antigüedad. ¿Y no será ciencia la medicina? Se trataba de un arte mecánica, junto con el pastoreo, el teatro y la navegación, entre otras. No nos debe asustar este uso de "mecánica", término que en nuestros tiempos no conserva un sentido tan amplio: todavía en El Periquillo Sarniento, o sea, hace apenas dos siglos, se le llamaba "oficial mecánico", no ciertamente al médico, pero sí al platero, al sastre, al pintor, al zapatero.

La misma pregunta se formula a propósito de la teología, que estaba estrenando nombre. Hasta hacía poco se llamaba sacra pagina: comentario de los libros de la Biblia. La respuesta es particularmente interesante. En las demás disciplinas, independientemente de la respuesta --difícil para la medicina, por su evidente vertiente práctica--, la aplicación de los criterios de la ciencia aristotélica dio frutos admirables. Lo mismo sucedió en teología, pero conviene hacer notar que es difícil encontrar un autor que le reconozca sin más un carácter científico. Todos los grandes teólogos de los siglos XIII y XIV, incluidos Santo Tomás y sus comentadores, se esfuerzan por distinguir entre un sentido estricto y otro amplio de ciencia para asignarle a la teología el segundo, o entre estricto, amplio y amplísimo, para asignarle el tercero, o entre ciencia perfecta y ciencia imperfecta para decir, como ya es de esperar, que la teología es una ciencia imperfecta.

Los textos de lógica utilizados hasta el siglo XII --dos de Aristóteles y una docena más de autores diversos-- empezarán a llamarse logica vetus ("vieja"), para distinguirlos de la logica nova, constituida por los otros cuatro libros de Aristóteles recién "llegados". El conjunto de toda esta lógica, vieja y nueva, se llamará logica antiqua, para distinguirla de los tratados realmente nuevos, originales, que no encuentran sitio en el esquema de las obras aristotélicas. Estos tratados (propiedades de los términos, consecuencias, obligaciones, etc.) reciben el nombre de logica moderna o, más frecuentemente, logica modernorum ("de los modernos") (8).

El progresivo alejamiento del esquema mental de "transmisión del patrimonio" (traditio significa 'entrega') se manifiesta de modo análogo en muy variadas disciplinas, siempre como un peculiar dominio de la materia correspondiente antes que de los textos que la contienen. Un reflejo de este cambio se deja ver en el modo de denominar las disciplinas. Antes de que theologia se consolidase como nuevo nombre de la antigua sacra pagina, se alternó su uso durante algún tiempo con el de sacra doctrina. De modo análogo, los lógicos ya no parecen habérselas con un corpus de lógica sino con una scientia de la lógica.

Una parte de la Edad Media se revela, pues, como un período en que se combate el valor hegemónico del criterio de autoridad y se consolidan los nuevos criterios de ciencia. Sin embargo, cuando esa batalla es ganada, cambiamos terminología y hablamos de "modernidad". Aquí hay un problema de justicia y de metodología del que poco a poco se adquiere mayor conciencia entre los estudiosos. Recientemente tuvo lugar en Roma un congreso sobre "Pensamiento medieval y modernidad", organizado por la Società Italiana per lo Studio del Pensiero Medievale (9). La institución patrocinadora no era el Vaticano sino la Accademia Nazionale dei Lincei. No se desarrolló en una universidad pontificia sino en la Facultad de Letras de "La Sapienza", universidad estatal de Roma. Basta rozar el ambiente de los conocedores de la Edad Media para darse cuenta de que la categoría de medievo ya no convence a nadie. No sólo sus límites (redondeando: 500-1500) y su periodización interna: la noción misma de Edad Media, sobre todo como contrapuesta a modernidad, está en proceso de jubilación. Ya hace tiempo que dejó de ser un escándalo hacer retroceder el inicio de la modernidad hasta Duns Escoto, por su teoría del conocimiento y por la radicalidad de su noción de libertad, entre otras cosas. ¿Podremos ir más allá, hasta el siglo XII? La fecha no es lo importante sino las aperturas y cerrazones a que da lugar nuestro modo de clasificar.

Un prejuicio secular da muestras de ceder, pero estamos lejos de haberlo superado. Hace unos meses apareció en Italia una recopilación de textos (10) que documentan la extremada sensibilidad crítica del hombre medieval en el ámbito civil, universitario y eclesiástico, con una libertad de tono que es lo más opuesto a una sociedad conformista por puro miedo. Un periódico italiano dedicó espacio abundante al libro pero, en la sección internacional de la misma edición, un servicio sobre los campos de concentración de los serbios en Bosnia se titulaba: "El medievo balcánico". Todos entendemos lo que quiere decir el titulista al calificar de medieval un invento característico del siglo XX. ¿Somos igualmente conscientes de que el medievo de la retórica y el medievo de la historia se pueden parecer tanto como los ritmos tropicales se parecen a las enfermedades tropicales?

"Los antiguos decían...; nosotros, en cambio..." Nosotros, es decir, los modernos. Hacia mil ciento y pico. ¿Pura demarcación temporal? Parece que no. Y sería lamentable tener que decir un día: "de lo que nos perdimos", sólo por habernos empeñado en que no había ahí nada que valiera la pena, sólo porque algo se nos hubiera antojado oscuro por no haber querido encender la luz.

 


(1) La bibliografía es abundantísima. Un estudio que ofrece un status quæstionis y en el que me apoyaré particularmente es: Alessandro Ghisalberti, "I moderni", en Lo spazio letterario del medioevo, I: Il medioevo latino, I-I, Salerno ed., Roma 1992, pp.605-631. El esquema es el siguiente: 1. Autocoscenza della modernità; 2. I maestri dei moderni; 3. I "moderni auctores", 4. La "via moderna". Un trabajo colectivo de relevancia historiográfica es el volumen n.9 de "Miscellanea Mediævalia": Antiqui und Moderni, de Gruyter, Berlin-New York 1974. - ^

(2) "Magister Anselmus et illi antiqui dixerunt quod (...). Magister vero Petrus et fere omnes moderni dicunt quod (...)" (Summa theologiæ, q.11, Códice 51 de la Biblioteca Municipal de Todi, fol. 7va). - ^

(3) O.c., p.609. - ^

(4) "Alberto Magno" [Marginalia, 2a. serie], en Obras Completas, vol. XII, FCE, México 1989, p.180. - ^

(5) Cfr. Sten Ebbessen, "Ancient Scholastic Logic as the Source of Medieval Scholastic Logic", en AAVV, The Cambridge History of later Medieval Philosophy, N. Kretzmann - A. Kenny - J. Pinborg (eds.), Cambridge University Press, Cambridge - New York - Port Chester - Melbourne - Sydney 1982, p.101. - ^

(6) Debo esta formulación a Ángel D'Ors, lógico e historiador de la lógica, de la Universidad Complutense. A una larga conversación con él le debo también la corroboración de otros puntos que toco en este artículo (razón y autoridad, por ejemplo). - ^

(7) Trasmitido por Juan de Salisbury, Metalogicon, III, 4. - ^

(8) El desarrollo de la teología con las nuevas herramientas dio fruto también en el ámbito de otras disciplinas, como la lógica. Las evidentes relaciones entre estos dos saberes hacen pensar a veces en una lógica, ya constituida como tal, que se aplica a la teología. Algo hay de eso, pero es mucho más relevante lo contrario: la teología, por exigencias de su objeto, obliga a la lógica a dar mucho más de sí. Por eso hay hallazgos lógicos que se aprecian primero en obras teológicas y sólo posteriormente los vemos en tratados lógicos. Cfr. mi artículo "Copulatio in Peter of Capua (12th century) and the Nature of the Proposition", en AA.VV., Studies on the History of Logic, Walter de Gruyter, Berlin - New York 1996, pp.197-208. - ^

(9) Del 12 al 14 de septiembre. - ^

(10) La versión italiana del trabajo de René Nelli, Écrivains anticonformistes du Moyen âge occitan. Hérétiques et politiques, Phebus, Paris 1977. - ^

 

 

Make a free website with Yola