Nunca había visto a Padre Eterno tan alegre. Sin duda -seguía reflexionando Pedro, portero honoris causa del paraíso-, porque acabo de pasarle 99 bienaventurados de golpe, desde un papa que reinó el tiempo suficiente para esbozar una sonrisa, hasta una viuda por tres veces que soportó cual mártir a sus maridos, los tres le resultaron boxeadores.

Pasé a un niño de cinco años, daban ganas de adaptarle un par de alas de ángel; un campesino que regalaba el agua azul de su pozo de que sus vecinos carecían; el dentista de un pueblo que curaba gratuitamente a los indigentes garantizando extracciones sin dolor; y así hasta sumar 99 que cambiaron domicilio, de terrícolas a cielícolas.

--Te engañas Pedro. Estoy alegre no tanto por los 99 justos que se salvaron, sino por ese narcotraficante que ahí viene. Robó, secuestró, mató, prostituyó la justicia; pero en el último minuto de la balacera con la policía, se convirtió. Entra, querido narco.

Joaquín Antonio Peñalosa, Diario del Padre Eterno,

Ediciones Paulinas, México 1989, p.60.

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