El 15 de abril de 2008 la Facultad de Ciencias Químicas dio a su nuevo auditorio el nombre del Maestro Rogelio Jiménez Jiménez.
A continuación
se recogen dos de los discursos pronunciados en esa ocasión: la semblanza del Maestro, a cargo de la I.Q. Esperanza Rojas, y el discurso del Maestro Jiménez.


Semblanza del Maestro Rogelio Jiménez Jiménez (Q.I.)
Por Esperanza Rojas (I.Q.)

Don Rogelio Jiménez Jiménez, profesor universitario, sirvió fielmente a nuestra Universidad en la Escuela de Química, hoy Facultad de Ciencias Químicas, durante 32 años. Fue profesor hora clase, tiempo completo, medio tiempo. Impartió las materias de Prácticas de Análisis Cualitativo, Análisis Químicos Especiales (Instrumental), Fisicoquímica I, II, III y IV; además fue Consejero Maestro, Secretario y Director.

Él fue testigo y actor de los grandes cambios que transformaron y pusieron los cimientos de la Universidad Contemporánea que hoy nos toca ver y vivir.

Este día se encuentra entre nosotros, viene a recibir el reconocimiento a su labor callada, casi imperceptible, como lo fue su voz, su hacer. En y con el silencio desempeñó sus tareas, logrando lo imposible en clase: nuestra atención y nuestra vergüenza de estudiar para responder esa pregunta que no recibía respuesta y que él impasible la esperaba; su paciencia quizá nos llegó a desesperar, pero a lo largo del semestre la respuesta se daba, y el valor agregado del curso se obtenía. Yo fui su alumna, no lo entendía del todo en ese entonces, pero hoy, al cabo de los años, al volverlo a encontrar, se aclaró la idea y puedo decir, quizá al igual que muchos antes de mí o después de mí: “no sólo me enseñó fisicoquímica, hizo algo más grande, me enseñó a pensar”. Así se cumple en él el concepto de maestro más alto por mí leído en algún lugar: “Maestro no es aquél que enseña algo, sino el que logra encender la chispa en la cámara obscura de la inteligencia del hombre y le permite descubrir por sí mismo el universo”.

Como funcionario universitario también vivió con sencillez, respeto y humildad su tarea, haciendo en su momento con responsabilidad, justicia y honestidad lo que había que hacer. Trabajó intensamente junto con un puñado de hombres y mujeres por crear las condiciones necesarias para empujar nuestra escuela, nuestra universidad, nuestra ciudad y nuestro país a una era de crecimiento que desde entonces no ha parado. Hombres de su talla los necesita México, los exige Dios y es nuestro reto a los universitarios de hoy el imitarlos.

Hoy doy gracias al Lic. Mario García Valdés, Rector de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, al Dr. Fernando Toro y al Ing. Rogelio Colunga (Director y Secretario de la Facultad de Ciencias Químicas) por haber pensado en mí para hacer la semblanza de este gran hombre tan querido por muchos, uno de los últimos grandes de esa época.

Don Rogelio: lo hago para tratar de despertar el recuerdo que de usted se tiene en el corazón de los que lo conocimos y dibujar, para todos aquéllos que no le han conocido, aunque sea de forma impresionista (porque sé que fielmente me sería imposible), su persona, porque aspiro a que al término de esta lectura su nombre no quede solamente en una placa de bronce en un edificio universitario más, aspiro a que su nombre quede para siempre grabado en nuestros corazones y podamos contar a nuestros hijos, y estos hijos a su vez a sus hijos y a las futuras generaciones: “...Hubo una vez un hombre sencillo, sabio de corazón que decía... ‘lo poco que sé me gusta enseñarlo’. Sabía jugar billar, le gustaba el béisbol, sabía escuchar, ser amigo, amó por siempre a su mujer, educó a sus hijos como honrados ciudadanos y buenos cristianos... hubo una vez... un maestro...”, y cerrando los ojos del cuerpo y abriendo los del alma, viajen conmigo hasta una remota comunidad minera conocida como mineral de carbón de Palau, perteneciente al municipio de Múzquiz, del estado de Coahuila, en el año 1926. En ella el 4 de diciembre nació un niño a quien llamaron Rogelio.

Fue hijo único del matrimonio de los señores Rafael Jiménez Recio y Margarita Jiménez Flores, originarios de ese mismo lugar. Su padre combatió entre los años de 1913-1914 en la Revolución Mexicana, desplazándose por varios lugares del país, inclusive hasta el lejano estado de Chiapas, pero regresando tiempo después a Palau, en donde al igual que todos los habitantes del lugar siguió trabajando en la mina y formó su familia.
Por su localización geográfica y época, el mineral de Palau era una población aislada, pues la única vía de comunicación era el tren que transportaba el carbón, de la mina a Altos Hornos de Monterrey. La comunidad contaba con un camino vecinal a Múzquiz, había sólo una escuela donde los niños estudiaban la educación primaria, y al concluirla su único futuro era entrar a trabajar a la mina desde esa temprana edad, en un ambiente difícil por ser un trabajo duro, peligroso, amén de los bajos sueldos que siempre lo han caracterizado. En cuanto a esparcimiento tenían “el billar, cantina y todo el campo que rodeaba al poblado en donde se jugaba el béisbol”.
Fue en ese ambiente donde Don Rogelio vivió sus primeros años rodeado de primos y otros niños, pero en lugar de trabajar en la mina pudo al terminar su primaria continuar sus estudios gracias a que el General Lázaro Cárdenas, entonces presidente de la República, visitó aquellos lugares y ordenó la creación de una escuela secundaria en el municipio de Múzquiz distante 10 km. Los niños de Palau, un grupo de aproximadamente veinte, eran transportados en un camioncito que venía desde Múzquiz todas las mañanas para llevarlos a la escuela. El camino vecinal de tan malas condiciones hacía que el tiempo de traslado durase 30 minutos y en temporada de lluvia las condiciones eran tales que el chofer del camión en ocasiones no podía controlarlo y giraba quedando nuevamente en dirección de Palau ante la algarabía de los niños.

En la Escuela secundaria tuvo muy buenos maestros, los niños de Palau lograron destacar gracias a que en la primaria su maestro de sexto año Don José Ma. Flores había sembrado en ellos una buena semilla que germinaría años después.

Al acercarse la fecha en que terminaría la secundaria, los alumnos se preguntaban qué seguiría. Algunos de ellos decidieron ir a Saltillo a la NARRO, en donde se ofrecía la carrera de Ingeniero Agrónomo, pero Don Rogelio no estaba convencido de ir a ese lugar, a él le llamaba la atención la Química, y eso se estudiaba en San Luis Potosí, donde vivía su tío el Coronel Gregorio Jiménez, originario de Múzquiz, quien había luchado en la Revolución y, permaneciendo en el ejército, fue asignado a diversas plazas en todo el país, pero al ser jubilado había decidido vivir aquí en San Luis Potosí.

Don Rogelio vino a vivir con su tío, se matriculó en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí en el año de 1944 para cursar la Preparatoria. Ésta se encontraba en lo que hoy es el Edificio Central, espacio que también albergaba a estudiantes de secundaria y de las carreras de Leyes, Medicina, Química; todo un mundo nuevo por experimentar. Su casa y sus papás quedaban allá en su natal mineral de Palau. No era fácil volver, la distancia era enorme, se necesitaba abordar tres trenes: primero el México-Laredo, después el de Saltillo-Piedras Negras, finalmente el ramal Barroterán-Múzquiz. Sin embargo lo hizo año tras año hasta que terminó su carrera en los meses de vacaciones para continuar la unión familiar y trabajar en la mina para ayudar a la economía del hogar.
En 1946 se inscribe en la escuela de Química para cursar la carrera de Químico Industrial. Son dos sus compañeros que formarán junto con él la generación 46-50, el Q. Andrés Acosta es el decano de la escuela (no había aún directores al frente de ellas); los maestros son químicos o ingenieros que trabajan en la ASARCO (Andrés Acosta, Pérez Molphe). Tres son las carreras que se ofrecían: Químico Industrial, Químico Farmacobiólogo y Químico Metalurgista. La comunidad era pequeña, lo cual fomentaba el que se conocieran todos, no importaba el año ni la carrera.

En 1950, el dos de marzo, obtuvo su título de Químico Industrial presentando su examen de carrera (única opción para titularse en aquella época).

Al término de sus estudios empieza a laborar para una compañía que le trabajaba a FFCC, en el control y mantenimiento de agua para calderas, dado que las locomotoras eran de vapor. Se tenía que atender las ciudades de Cárdenas, Tampico, Aguascalientes, San Miguel Allende y puntos intermedios. Posteriormente es contratado por FFCC para trabajar en el Departamento de Pruebas y Análisis.

En 1953 fue invitado por el Director Andrés Acosta a trabajar en la escuela como profesor de Prácticas de Análisis Cualitativo. Serían dos horas diarias para dos grupos diferentes. En 1958 le ofrecen ser profesor de tiempo completo, acepta y deja temporalmente FFCC.

En 1958 un grupo de 12 profesores mexicanos de diferentes universidades del interior del país viajan al extranjero (Inglaterra, Francia, Alemania) becados por la UNESCO-Banco de México. De San Luis Potosí van sólo dos profesores: Rogelio Jiménez de la Escuela de Química y Jorge C. Izquierdo de la Escuela de Ingeniería. Su objetivo: observar de cerca las universidades y la vinculación que se tenía con la industria, buscar centros de investigación donde los egresados de nuestra Universidad pudieran realizar estudios de posgrado.

El Q. Rubén Ortiz Díaz Infante, director en el período 1959-1963, invita a Don Rogelio Jiménez a desempeñarse como secretario de la escuela, puesto que cubre hasta 1963, año en el cual es elegido como director por un período de cuatro años, el cual se alarga un año más hasta 1968. Fue el Q. don José de Jesús González Arellano quien lo acompañó como su secretario.

Durante su período como director terminó de completar el programa de la naciente carrera de Ingeniero Químico estableciendo relaciones con la UNAM, para que los alumnos de esa carrera pudiesen completar en aquella institución sus prácticas de ingeniería, ya que la escuela carecía de infraestructura de laboratorios.
Al terminar su gestión y después de 11 años fuera de la empresa de FFCC, se reintegra a ella; renunciando a su tiempo completo en la Universidad, sigue sirviendo a su Alma Mater como maestro de medio tiempo en las materias de Fisicoquímica I, II, III y IV en las diferentes carreras que ofrecía la escuela, hasta 1985, año en que se jubila. En la empresa de FFCC laboró hasta el momento de su cierre.

Su desempeño profesional no hubiese sido tan responsable, completo, ejemplar, si a su lado no hubiese estado presente a lo largo de toda esta trayectoria la compañera de su vida, aquella joven decidida, inteligente, excepcional, que en 1947 llegara a la escuela de Química procedente del DF, del Instituto Politécnico Nacional: Esther Cataño Rodríguez, estudiante de la carrera de Químico Bacteriólogo-Parasitólogo, para incorporarse a la carrera de Químico Farmacobiólogo. En la escuela de Química, donde se conocieron en el mes de agosto de 1948 en una de las típicas tardeadas organizadas por los alumnos de Química de aquellos años, la invitó a bailar, platicaron, bailó sólo con ella y a partir de ese día sus vidas se cruzan para no separarse jamás, se hacen novios allá por el mes de septiembre y en 1952 en el mes de abril el día 14 en la iglesia del Sagrado Corazón los casa el Padre Peñalosa y forman una familia ejemplar procreando siete hijos:
Rogelio: Ing. Químico, Dr. en Fisicoquímica, profesor investigador de la Facultad de Ciencias Químicas de la UASLP; Ricardo: Ingeniero Mecánico Electricista, tiene su propia empresa de instalaciones eléctricas; Alejandro: Ing. Químico, Director General del Colegio Real de San Luis; Sergio: Médico Veterinario Zootecnista, maneja su propia empresa de productos de apicultura; Rafael: Dr. en Filosofía (primero en una facultad eclesiástica y luego en una universidad civil), profesor investigador de la Facultad de Comunicación Institucional de la Universidad de la Santa Cruz en Roma; María Esther: Ing. Químico, Dr. en Neurociencias, profesor investigador en la Facultad de Medicina de la UASLP; Margarita: Lic. en Educación Preescolar, maestra en el jardín de niños del Colegio Miguel Ángel.

Actualmente tienen 26 nietos (13 mujeres y 13 varones) y 3 bisnietos. He conocido a algunos de ellos: Dalia y su hermano Sergio, jóvenes músicos que han pertenecido o pertenecen a la Orquesta Sinfónica de San Luis Potosí. María José, recién egresada de esta Facultad, 3er promedio de la carrera de Química Farmacobióloga. Antonio cursa el 3er año de Medicina, donde se distingue como un buen alumno. La pequeña Andrea a sus escasos 8 años empieza a despuntar en el arte de las letras, ha escrito cuentos y poemas desde los 6 años, cuando aún no escribía los contaba a su madre y a su abuela, ahora empiezan a publicarse en Entropía, el suplemento cultural del periódico El Sol de San Luis.

Si me he atrevido a comentar a la luz pública esta parte privada de su vida, es porque quiero que compartan conmigo el regalo que yo recibí cuando volví a asomarme a esa casa y redescubrí su verdadera esencia: era el maestro, pero aumentada en mucho su fe profunda en Dios; ahora que se veían disminuidas sus fuerzas físicas era el de siempre, el hombre a quien siempre admiré. Estaba ahí, mas como siempre y desde siempre su mujer lo acompaña: un par de seres excepcionales, sentados tan cerca el uno del otro. No tanto en una cercanía física como la otra que se percibía, la más profunda, la cercanía interior... comentan, escuchan, sonríen, recuerdan, se miran a los ojos con un amor que sigue vivo, hay en el fondo de esas pupilas respeto mutuo, admiración, ternura del uno por el otro.

Entrar a esa casa es penetrar en un remanso de paz, de luz, es comprobar que el cielo puede tocarse aquí en la tierra, me devuelve la fe en el hombre y la esperanza de que Dios sigue vivo entre nosotros y puede triunfar el bien, y ellos dan testimonio real de Su presencia, pues Don Rogelio es hombre de ciencia y de fe… ésa es la clave para vivir feliz y en paz al final de la vida… me llena de respeto ese descubrimiento… y exclamo repitiendo lo escrito por el gran Juan Pablo II: “ciencia y razón van de la mano… la ciencia tiene raíces en lo inmanente, pero la fe lleva al hombre hacia lo trascendente”, y el Maestro Rogelio ya ha trascendido.

Gracias por ser y estar para, con y entre nosotros.



Discurso del Maestro Rogelio Jiménez Jiménez (Q.I.)

Lic. Mario García Valdés, Rector de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí.

Dr. Jorge Fernando Toro Vázquez, Director de la Facultad de Ciencias Químicas.

Distinguidos miembros del presidium, maestros, alumnos, damas y caballeros, muy buenas tardes tengan todos ustedes:

Deseo primeramente felicitar al Sr. Rector y al Dr. Toro por estas nuevas instalaciones tan importantes para un mejor desempeño, tanto en materia de enseñanza como en el proceso de aprendizaje. Además del crecimiento a nivel de infraestructura y equipamiento, es muy relevante el progreso académico que se ha conseguido, primeramente al contar con maestros mejor preparados, con grados académicos de maestría, doctorado y posdoctorado, y también mediante la acreditación de las diferentes carreras de esta facultad.

Cuando tres distinguidos maestros jubilados me comunicaron la decisión del Consejo Técnico de aprobar la solicitud de un grupo de exalumnos de ponerle mi nombre al nuevo auditorio, mi reacción natural fue responderles que no me sentía con merecimientos para tal distinción. Sin embargo, al responderme ellos que se trataba de algo ya discutido y decidido, me puse a reflexionar sobre esa época que ocupó la mayor parte de mi vida.

Cuando conocí la Escuela de Ciencias Químicas en 1946, tenía alrededor de 50 alumnos y contaba con pocos recursos materiales. El Ing. Acosta, entonces Decano de la Escuela, tenía que traerse “prestados” de la ASARCO garrafones de ácidos (clorhídrico, sulfúrico, nítrico), material de cristalería y sales para llevar a cabo las prácticas. Ya en los años 50, siendo rector el Dr. Manuel Nava, se hizo la transición de decanos a directores, elegibles cada 4 años, y empezaron los profesores de tiempo completo.

En 1953 el ingeniero Acosta me pidió dar las prácticas de Análisis Cualitativo y lo primero que hice fue pedirle a Dios que me ayudara a ayudar a los alumnos. (Yo creo que sí me ayudó porque, si no, no estaría aquí con ustedes. Esperancita se guardó las fallas porque eran muchas y para no poner en riesgo la placa. Ojo maestros, porque aquí se está viendo que los alumnos recuerdan lo dicho en clases durante muchos años, lo bueno y lo malo.)

En 1958, hace exactamente 50 años, el centro del país se acordó de que existían las universidades de provincia y empezaron a apoyar con becas UNESCO-Banco de México a Directores para que hicieran visitas a Universidades e industrias, así como a profesores que, con el apoyo de la UASLP, salieron para hacer maestrías y doctorados.
En los años 60 se propuso comenzar la carrera de Ingeniería Química. El primer problema en el Consejo Técnico era que no había profesores para impartir las materias requeridas, pero el Prof. Eugenio Pérez Molphe dijo que ya había hablado con el Ing. Philip Jones, ingeniero químico que trabajaba en la Asarco, y que él estaba dispuesto a impartirlas. Resultó una adquisición valiosísima pues era un gran maestro. (El primer día del año escolar llegaba comentando que había encontrado unos problemas para el examen final que los iba a hacer “sudar sangre”.) Desgraciadamente falleció muy joven. Con él se resolvió la parte teórica y, por otra parte, los laboratorios de la UNAM, al pedirles y aceptar darnos las prácticas, también nos ayudaron a echar a andar ese proyecto.

En el año 1970, siendo director el Ing. González Arellano y rector el Lic. Guillermo Medina de los Santos, se cambió la Escuela de Ciencias Químicas a estos edificios en la zona universitaria.

En este breve recorrido sobre el crecimiento de nuestra querida institución, en el cual pude participar como alumno, como docente, y a través de diferentes puestos en el organigrama incluyendo el de director, y donde estudiaron tres de mis siete hijos y una nieta, no puedo dejar de mencionar que me fue posible entregarme a estas numerosas actividades gracias al apoyo constante e invaluable de mi esposa, la química farmacobióloga Esther Cataño, y aprovecho la circunstancia para agradecerle el papel fundamental que tuvo en mi vida profesional.

  Finalmente, es para mí motivo de gran satisfacción, especialmente por el gran número de alumnos que conocí a lo largo de 32 años de práctica docente, el ser objeto, mediante este acto, de algo tan humano y tan dignificante como es expresar el agradecimiento. Espero que esta actitud tan valiosa y otras virtudes semejantes sea lo que norme siempre desde el punto de vista humano el trabajo académico de nuestra Facultad.

Muchas gracias.

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