Homenaje al Maestro Rogelio Jiménez Jiménez  - Comentarios

Estar ahí


Martes 15 de abril de 2008. Veo un hombre sereno. Está ahí para recibir un homenaje que, en su discreción, considera inmerecido. Veo también a mucha gente que con su presencia, demuestra lo contrario. La vida, cuando es espléndida, debe ser reconocida. Y así ha sido la vida del Maestro: grande, generosa, fecunda. ¿Y qué ha hecho este caballero de mirada clara? Estar ahí.

Cuando trabajar en una universidad significaba el sacrificio de colocar los cimientos de una institución destinada a servir a incontables generaciones, con recursos escasos pero sueños magnánimos. Ahí estaba el Maestro.

Cuando un alumno -cualquier alumno en cualquier momento, en el aula, en el campus o en el mismísimo hogar del docente- necesitaba asesoría académica, orientación vocacional, consejos prácticos para el desarrollo profesional o simplemente unos oídos atentos y una voz amiga, el Maestro estaba ahí.

Cuando formar una familia era, como es, una gesta que conoce el principio pero no sabe de finales, ahí estuvo el joven Rogelio feliz de enamorar a Esther y, científicos al fin, balancear juntos todos los elementos que dan vida al querer querer. Y el romance, de año en año, cuenta ya 56.

Cuando Dios, por siete veces, quiso darle la confianza de criar un hijo que tuviera los pies firmes en la tierra y la cabeza bien puesta en el Cielo, ahí estuvo el papá de corazón grande para cultivar, con amable fortaleza, las virtudes que hacen buenos a los sabios.

Y ahí está ahora el abuelo, tan joven como siempre ha sido, para gozo de 29 miembros –hasta ahora- de una estirpe afortunada y con una meta clara: lustrar el Jiménez Cataño orientados por el testimonio de quien ha sabido ser padre y maestro, maestro y padre, de incontables personas.

Junto a la placa que da su nombre al auditorio de la Facultad de Química de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, veo al Maestro Rogelio Jiménez Jiménez (Q.I.), y lo sé observado con eterna delicadeza por su Amor más grande, porque Don Rogelio es, sobre todo, un cristiano coherente, un hombre de fe.

Por eso, cuando Dios lo busca, está ahí, porque como hijo fiel de la Iglesia, sus días comienzan con un deseo que en su caso se ha convertido ya en sello de distinción: servir.

Y concluida la ceremonia de develación de la placa, el Maestro Jiménez marcha sonriente para seguir dictando a quien quiera escuchar, su lección más importante: cuando la vida se vive con la certeza de estar al servicio de Dios, no hay cosas pequeñas, todo es grande; porque el verdadero heroísmo está en amar.
Ernesto Aguilar Alvarez
Publicado en Entropía, domingo 3 de agosto de 2008



Andrea, la nieta menor de Don Rogelio, mencionada en la semblanza de Esperanza Rojas (y visible en primera fila en la foto del público), escribió una poesía que revive muy bien la experiencia del homenaje.


La vida feliz de mi abuelito

Mi abuelito es una persona muy responsable.
Él fue químico y enseñó mucho más que otros químicos.
Él fue maestro y le dieron a un auditorio
su propio nombre.
Consiguió muchos amigos
y tenía muchos alumnos,
dio clases especiales
y ninguno quería ir con otro químico,
pues él era el listo y los otros los aprendices.
Necesitamos que siempre nos enseñe.

Se jubiló, pero esperamos que siga trabajando,
que siga siendo maestro,
ya que es un buen maestro
que enseña más que el mundo;
él enseña lo que sea,
él enseña lo que tú quieres,
es el mejor maestro
y mi mamá siguió su ejemplo.

Cualquier maestro quisiera ser como él,
y hasta su nieta más pequeña
sabía que él era un buen maestro,
y se imaginaba cómo sería en esos tiempos
por lo que había escuchado
y tras la imaginación.

Él sonrió y la niña también,
pues ella estaba feliz
de que él fuera un maestro tan especial
que nos enseñara mucho más que
química solamente.

Él enseñó más, él enseñó mucho más que cualquiera,
sus alumnos lo adoraban, sus alumnos lo querían,
era un buen amigo y buen maestro,
y es por eso que a su nombre
fue dedicado un auditorio,
y es por eso que mi abuelito es el mejor.

Todos quisieran tener ese abuelito
y quisieran ser alumnos de él,
enseña más a tu cerebro
y, al saber más y más,
se vuelve uno más feliz y más listo.

Mi abuelita llamada Esther
se casó con él.
Se conocieron en la universidad
y fueron novios, hasta que un día
vieron que eran uno para el otro,
vieron el amor entre ellos
y supieron que eran la pareja perfecta,
llegó el día de su boda,
se casaron y vivieron felices.

En ese momento mi abuelito enseñó con más felicidad,
hasta que se jubiló
y fue más feliz con su esposa y sus nietos.
La más pequeña
fue la que lo quiso más
porque era una buena persona.
Cualquier niño daría su vida porque él lo conociera,
es un abuelito perfecto.
Es como un ángel
que vino hacia la tierra
y no hacia el cielo
para cuidar a mi abuelita.

Por eso es mejor ser amable y bueno
con sus familiares,
él fue más feliz en su casa,
disfrutando con su familia,
con visitas y saliendo a pasear,
por eso eligió a mi abuelita:
porque era amable,
era muy bonita y muy dulce.
Era tan bonita como su hija menor.

Mi abuelito vivió feliz siendo una buena persona,
lo venían a visitar y era muy famoso,
pero él no quería la fama,
él quería la amistad.
Es por eso que le gustaba que lo visitaran.
Lo extrañaron sus alumnos,
pero él los recordaba como gente especial
que venía a su lado nuevamente.
Esa fue la historia del mejor maestro del mundo.

23 de abril de 2008
Publicada en Entropía, domingo 27 de julio de 2008

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